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Aplicando la retroexcavadora al sistema económico mundial

Mientras el presidente Trump saca cuentas alegres con la incertidumbre que causa, se han iniciado dinámicas que irán en la dirección contraria a lo que aspira y el problema es que será cada vez más difícil disociar su rol de la imagen de su país.

Hace unos días, en lo que denominó como el “Día de la Liberación”, el presidente Trump anunció la imposición universal de aranceles, partiendo con el 10%. Esta medida, según las palabras del mandatario, venía a poner fin al pillaje y abuso al que había estado sometido Estados Unidos durante décadas por parte de sus socios comerciales. Esto incluyó hasta islas antárticas deshabitadas que evidentemente nunca habían comerciado. Más allá de lo anecdótico, esto implicó un quiebre del sistema comercial vigente que fue instalado por el mismo Estados Unidos después de la Segunda Guerra Mundial.

Lo único inobjetable de la jornada, es que dicha fecha será recordada como un hito en la historia universal. Todo lo demás entra en el mundo del realismo mágico (que ha ido extendiendo su cobertura) y de la irracionalidad económica.

Trump fundó su decisión en el gigantesco déficit comercial y fiscal de su país, imputándolo a prácticas desleales de los otros países, y esa fue la lógica detrás de los porcentajes de alza arancelaria. Mientras mayor el déficit, más alto el arancel. Por supuesto que esta óptica es simplista y equívoca. Para empezar, un déficit se puede dar porque un país compra a otro más de lo que le vende, no por los aranceles sino porque necesita satisfacer una necesidad y ese mercado tiene los bienes y servicios que requiere y no así al revés. Por tanto, es imposible pensar en una paridad comercial con cada país. La regla general es que mientras con unos existe un déficit en el intercambio, con otros se da un superávit. Y lo que hay que mirar es el conjunto. Pero aun así, la fotografía no es completa sin los movimientos de capital y las inversiones.

Volviendo a la dimensión comercial, incluso el déficit puede fundar un superávit mayor por otro lado. Esto ocurre por ejemplo con los bienes intermedios, es decir aquellos que se utilizan como insumos para la fabricación de un producto final. Por ejemplo, la pasta de cacao que se transforma en chocolate (que tiene más valor). El encarecimiento de esos insumos puede incluso significar el cierre de la industria del producto final.

Además de lo anteriormente expuesto, ninguna economía puede ser autárquica, por lo que hay bienes que no tiene sentido producir y hacerlo significaría un perjuicio neto.

Finalmente, sobre esas consideraciones debe agregarse que los déficits se producen cuando se consume o gasta más de lo que se ahorra, y eso es lo que viene pasando en Estados Unidos desde hace décadas. Ese gigantesco déficit no ha sido enfrentando en sus causas exclusivamente por falta de decisión política y se ha podido sobrellevar en una buena medida gracias a los capitales inyectados por otros países, como la misma China que es tenedora muy importante de bonos del tesoro estadounidense.

¿Cuál es la motivación de Trump entonces? Su objetivo declarado es triple: reducir el déficit comercial y fiscal, así como estimular la reindustrialización del país. ¿Es aquello posible? Si bien en el corto plazo podría haber algunos efectos benéficos, definitivamente más allá son puros perjuicios.

En lo inmediato, la recaudación fiscal se acrecentará en forma importante, considerando el peso de Estados Unidos como importador global, pero ese efecto debiera mermar en un plazo mayor e incluso podría revertirse en caso de desviación de comercio. En cuanto al déficit comercial, no hay certeza de que pueda disminuir o incluso transformarse en un superávit. Quizá ante la falta de alternativas de mercado y la imposición de Estados Unidos, en el corto plazo sí, pero nuevamente en un horizonte más lejano la alternativa podría ser peor a la situación actual.

En cuanto a la industrialización queda en evidencia un aumento de la relocalización de fábricas en Estados Unidos, al menos para paliar la coyuntura, pero su sostenibilidad dependerá del estado de la economía mundial.

Como la voluntad y menos la de un solo hombre no puede torcer la realidad, los mercados financieros entraron en pánico y, ante la perspectiva cierta de una recesión y debacle económica, el presidente Trump debió recular, suspendiendo la aplicación del alza arancelaria para la mayoría de los países por 90 días. Durante ese período declaró, se vería a nivel bilateral la posibilidad de negociar o renegociar acuerdos para “equilibrar” el comercio.

Esta suspensión llevó a la Unión Europea a también dilatar la aplicación de sus medidas de retaliación.
China no fue eximida y tras alzas recíprocas sucesivas, a la fecha están vigentes aranceles de 145% para sus exportaciones y de 125% para las estadounidenses.

¿Habrá sido otra movida de póquer de Trump para sacar ventajas sin afectar el sistema comercial? Aunque eso es lo que él deja entrever, ineludiblemente la realidad económica es la que se impuso, además por primera vez con un conato de rebelión entre los senadores republicanos y entre los grandes empresarios. El senador de Texas, Ted Cruz, de la línea radical y populista, salió con declaraciones públicas de que una crisis económica podría significar “un baño de sangre” para los republicanos en las elecciones de mitad de período. El mismo Elon Musk (quien ha perdido miles de millones por las bajas bursátiles) criticó duramente la política arancelaria.

Si bien se ha evitado el colapso económico mundial inmediato, Estados Unidos cuenta ya con el nivel arancelario más alto en un siglo y subsiste la incertidumbre por lo que va a seguir pasando en ese ámbito tras la pausa de 90 días, todo lo cual está generando efectos globales que ya se están haciendo sentir de múltiples maneras: cierre de empresas, disminución de compras y de contrataciones, reducciones de personal, suspensión de decisiones de inversión, discusión de subsidios y ayudas estatales de emergencia, etc.

En lo que se refiere al comercio entre Estados Unidos y China, la tasa vigente para ambos hace ilusoria su continuidad, a menos que en los próximos meses las partes negocien algún acuerdo. Por el volumen del intercambio, su cesación abrupta generará grandes perjuicios a ambos países y particularmente a sus exportadores, empresas intermedias y consumidores, y llevará tiempo encontrar alternativas de reemplazo, si es que ello es posible.

Por supuesto que lo anterior estimulará una masiva desviación del comercio, dejando a China particularmente con un superávit productivo sin colocar, que deberá ser reubicado en otros mercados probablemente a precios bajos, generando competencia desleal.

Por el lado de Estados Unidos, el sistema proteccionista que está implementando necesariamente va a afectar su competitividad e innovación. Las experiencias al respecto nos muestran que, montado un sistema de esa naturaleza, los incentivos están en perpetuarlo por el lado de las empresas instaladas en el mismo país y del Estado, en desmedro de la población. Las empresas aseguran mercado y precio, mientras que el Estado capta recursos vía aranceles que muchas veces reemplazan a otros impuestos y que dejan al Fisco dependiente de esos ingresos y por tanto sin margen para buscar alternativas que podrían ser incluso impopulares, como establecer o restablecer tributos domésticos. Con una competencia disminuida, las empresas pierden incentivo en innovar. Y los sistemas proteccionistas no solo tienden a extenderse conforme a lo señalado, también a escalar. Ello porque las empresas en otros mercados abiertos al volverse más competitivas bajan sus precios y para mantener la protección en las economías cerradas es necesario subir los aranceles.

Las medidas adoptadas por Trump han instalado la incertidumbre económica, lo que sumado a la contingencia política global, va a acarrear grandes perjuicios económicos. En el horizonte existe una alta probabilidad de recesión mundial y no se ve que uno de sus catalizadores, como es la guerra comercial en curso, vaya a mermar.

Pero lo más relevante es lo que va a pasar en el largo plazo. Trump está empujando una reconfiguración del sistema económico que podría dejar a Estados Unidos aislado y en definitiva perdiendo su liderazgo. Existe una posibilidad real de que la Unión Europea, China y otros países como Japón, Corea del Sur, ASEAN, Australia y el mismo Canadá constituyan una alianza comercial al margen de Estados Unidos. Lo que hasta hace poco parecía imposible, es ahora cada vez más factible. Tratados comerciales como el CPTPP muestran ahora su valor estratégico (que muchos defendimos durante su tortuosa tramitación en Chile) y su eventual convergencia con la Asociación Económica Integral Regional, más conocida como la RCEP otorgan el piso para un esquema global (al que se sumaría la UE) que aglutine un comercio más o menos abierto, sin la participación de Estados Unidos.

¿Quién iba a pensar que Estados Unidos, arquitecto del sistema económico y garante de su estabilidad iba a convertirse en el actor rupturista y desestabilizador que es hoy?

Mientras el presidente Trump saca cuentas alegres con la incertidumbre que causa, se han iniciado dinámicas que irán en la dirección contraria a lo que aspira y el problema es que será cada vez más difícil disociar su rol de la imagen de su país. Es posible entonces que el “Día de la Liberación” sea también recordado en las próximas décadas como el inicio de un nuevo sistema en el cual Estados Unidos no será un actor determinante.

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