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Suficiente, se acabó

Es obvio que nadie ha podido ni querido hacer nada para cambiar el nefasto escenario en las últimas décadas. Los estadios viven castigados o con poca gente y la debacle ya no tiene solución. Todo es triste, mediocre y ajeno al progreso y a las buenas ideas.

Soy parte de quienes asistimos, el año 2010, a las reuniones en La Moneda donde mostraron los primeros planes, “serios y profundos”, para terminar con la violencia en los estadios. De ahí en más han pasado ya cuatro gobiernos. Y seguimos exactamente igual. Peor, en realidad. Porque nadie se ha atrevido, nunca, a tomar el toro por las astas. No es un tema ideológico: ningún sector político, ninguna institución pública, ha tenido el coraje para hacer lo único que corresponde a estas alturas: clausurar el boliche.

Dejémonos de mentiras, engaños y tibiezas.Y partamos por esto: 

1.- Las barras están, hace mucho rato, infiltradas. No hay duda. Muchos de sus integrantes son soldados del narcotráfico que los acoge, los utiliza y los mantiene. 

2.- Las barras siguen teniendo relación con los clubes. Está prohibido por ley, pero todos mantienen los puentes mientras hacen teatro refiriéndose a los piños como “gente extraña”. Falso: los barristas tienen una relación abierta y permanente con los planteles de jugadores y con los dirigentes. Si no, no podrían viajar como lo hacen cada semana dentro y fuera de Chile sin ninguna dificultad económica y siempre con entradas disponibles. Todos los clubes saben quiénes son, cómo se llaman y dónde viven sus barristas, incluyendo a los que protagonizan desmanes. ¿Lo niegan porque los utilizan? ¿Porque les tienen miedo ya que los han amenazado? Da igual. El resultado es el mismo: complicidad total.

3.- Hay pocos ambientes y escenarios donde ocurran tantos delitos en los cuales esté, tan anunciada, la comisión de los mismos. Es el sueño del pibe de cualquier policía: que te programen el delito. En los medios o por las redes sociales, varios días antes te dicen que tal barra, a tal hora, tal día, en tal sector del estadio, se va a juntar y va a hacer tal o cual cosa. Sólo falta mandar una tarjetita de invitación. No hay sorpresas ni imprevistos. Nunca. Las peleas, el uso de fuegos artificiales, las avalanchas con el objeto de entrar gratis al estadio serían demasiado fáciles de evitar si de verdad se trabajara para eso. 

4.- Así como hace rato ya no hay Carabineros, tampoco hay guardias en el fútbol. Paremos con esa mentira. Viejitas y viejitos de 60 a 70 años que se enrolan por necesidad económica (para ganar 12 lucas por partido), no pueden ser calificados de “guardias”. No son profesionales y no tienen nada que hacer ante un lote de violentistas. Si hubiera existido, alguna vez, una mínima exigencia de la autoridad, el 90% de quienes hoy cumplen la misión de “proteger al público” habrían tenido que dedicarse a otra cosa. Nadie le pone el cascabel al gato…y menos desde la ANFP, que no fiscaliza a sus asociados porque no le conviene: una alta autoridad de la actual mesa es, casualmente, dueño de una de las empresas que provee a los clubes de “guardias”. 

5.- Estadio Seguro es una entelequia que nació muerta, que no tiene dientes, ni poder, ni pensamiento propio, ni creatividad, ni capacidad de acción alguna. Nunca lo ha tenido. En ningún gobierno (y en este menos que nunca, para ser francos). Que esté o deje de estar a cargo “Pepito Pérez” o “Juanita López” es una mera anécdota. No mueve la aguja en lo más mínimo. No sirve de nada, porque está hecho para no servir de nada, para engatusar incautos. Si se acaba mañana, da lo mismo.

6.- Las autoridades del Congreso tampoco hacen mucho. Nunca lo hicieron… salvo contratar a los hinchas como brigadistas en cada campaña política y por extensión, mantener una relación económica con ellos. Por ende, ampararlos. 

7.- “Los delitos al interior del estadio son sólo un reflejo de lo que pasa en las calles, no es responsabilidad nuestra”, dicen los dirigentes. Pero es mentira. Los primeros y principales responsables de evitar los desmanes, de invertir lo que sea para que se acabe la violencia en los estadios, son los dueños del espectáculo. Si usted va al cine o a un recital y matan a alguien adentro de ese recinto, los dueños del lugar tendrán que pagar ante la ley. Aquí es lo mismo. Son los clubes los primeros responsables, no el gobierno o la policía. 

Dicho todo lo anterior es obvio que nadie ha podido ni querido hacer nada para cambiar el nefasto escenario en las últimas décadas. Los estadios viven castigados o con poca gente y la debacle ya no tiene solución.

Todo es triste, mediocre y ajeno al progreso y a las buenas ideas. Se exigió ¡el 2010! poner guardias de verdad, cámaras especiales y torniquetes en los estadios a todos los clubes… pero nadie hizo caso y, lo que es peor, no pasó absolutamente nada ante el incumplimiento. Sigue todo igual año a año. Empeorando, descascarándose, pudriéndose. Cada cierto tiempo los funcionarios de turno rasgan vestiduras, hacen declaraciones feroces, cambian alguna cosita… para que luego todo siga exactamente igual. 

Ya es suficiente. Ya nos cansamos todos. Por sí mismo, el fútbol ha demostrado hasta el cansancio que no es capaz de solucionar sus graves problemas. O no quieren o no pueden, pero es un hecho que no serán ellos quienes paren el escándalo. Y no bastó con el Sernac ni con Estadio Seguro. En memoria de los hinchas muertos el jueves 10 de abril en el Estadio Monumental (que no son los primeros ni serán los últimos) lo único que podría entenderse como una solución es que alguien, desde el Congreso, la Justicia o el Gobierno, pare esto de raíz. No más fútbol profesional por un rato. Hasta que se cumplan los mínimos tolerables.

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