La ilusión de Trump
Trump quiere cumplir su promesa que en sus primeros cien días tendrá zanjada la paz en Ucrania. Para ello llamó a Putin, trasmitió su opinión que quiere terminar la guerra para acabar con las muertes de soldados, y se pone al margen de las sanciones internacionales anunciando visitas mutuas con Putin e incluso un encuentro en Arabia Saudita, tras rechazar China.

El desarrollo de negociaciones sin Europa y Ucrania por la Casa Blanca con Rusia implica ejecutar dos hipótesis perfectamente complementarias en el plano de la política internacional, esto es la política real de las grandes potencias. La primera que, en las actuales circunstancias, de deterioro progresivo de la capacidad ucraniana, las fronteras serán trazadas en el estado final de los avances rusos, con inutilidad de los avances ucranianos en Kursk, y por el otro que esa victoria por la paz encubre la profunda antipatía que tiene por la causa de Ucrania y lo que estima ha sido la implicación de los demócratas. Ya Trump airea la indefensión de las tropas en Kursk y la posibilidad de salvarlos de una matanza a cambio de reconocer la imposibilidad de una victoria y el reconocimiento de las adquisiciones territoriales de Moscú.
En este coincide con las posiciones del ala radical, MAGA, que esta era una causa perdida y antieconómica (Trump dirá un “mal negocio”). Marcos Rubio, en enero 30 adelantaba esto diciendo que era “deshonesto” hacer creer que los ucranianos podían retroceder la situación antes de 2014 cuando se ocupó Crimea o que podían derrotar a Moscú. El secretario de Defensa, Hegseth, en la reunión de Bruselas ante la NATO dijo que no era realista recuperar territorios ucranianos.
Trump avanza con su programa que la fuerza puede obtener el fin de la guerra en Ucrania, en la que él no ve ningún interés vital de Estados Unidos. Su discurso coincide además con la caricatura rusa de sus adversarios: son unos deshonestos, hicieron campaña por Biden, Zelenski es un dictador y cómico mediocre (como si ser jefe de la KGB fuera un título respetable) y hasta que se presentó sin vestón y corbata en la Casa Blanca.
En la Conferencia de Seguridad de Múnich, se anunciaron soluciones sin que Ucrania fuera parte, lo que hizo decir a Olaf Scholz: “Nada sobre Ucrania sin los ucranianos, nada sobre Europa sin los europeos”. Pero Europa es un tigre de papel, sin dientes porque no hay reclutas, ni hay material suficiente ni hay capacidad de defensa independiente de Estados Unidos. Trump rompe los tabúes al realizar intercambios oficiales, enviando a su delegado presidencial Steve Witkoff, a Moscú por primera vez desde 2021.
En la primera parte, Trump quiere cumplir su promesa que en sus primeros cien días tendrá zanjada la paz en Ucrania. Para ello llamó a Putin, trasmitió su opinión que quiere terminar la guerra para acabar con las muertes de soldados, y se pone al margen de las sanciones internacionales anunciando visitas mutuas con Putin e incluso un encuentro en Arabia Saudita, tras rechazar China. Putin consigue no tratar con Ucrania y refuerza la narrativa que el decisor del conflicto es Estados Unidos y su administración liberal.
Sin cesar en sus peticiones, ahora censura la presencia de uno de sus enviados sosteniendo es muy próximo a Ucrania, etcétera.
Trump hace cargar con la responsabilidad de la invasión a Ucrania, tal como antes impugnó los negocios de Biden Jr. en ese país. Trump en su negociación forzada, impone su visión mercantilista, su egolatría, y el cansancio en algunos republicanos por el costo de resistir a Moscú. Si bien Trump ha alardeado con Kim de poder apretar un botón nuclear más grande, es evidente que se da cuenta de las implicaciones apocalípticas de ello, reservando ese mecanismo –como el mismo dijo- por si Irán le mandara a asesinar, en instrucciones que dio a su entorno.
Su enfoque se centra en explotar las tierras raras, en calcular la “deuda” de Ucrania a cifras absurdas, y poner condiciones de extraterritorialidad para ello. Ofrece a Putin una contención militar sin tropas estadounidenses, conociendo la debilidad militar europea, y el levantamiento progresivo de sanciones ante Rusia. En febrero se disolvió la comisión del Departamento del Tesoro abocada a los oligarcas y sus fortunas, y Trump manifestó su posición de reintegrar al G-7 a Rusia. También al excluir a Europa y Ucrania de las negociaciones, para remarcar un éxito personal, satisface el ansia de Putin de limitar el ámbito de las negociaciones y humillar a Bruselas, Londres y París. Sabe que Kyiv no podrá desechar un plan de paz, porque los insumos y apoyos desde Washington no pueden ser reemplazados por Europa, que paga el costo de cincuenta años de desarme.
Todo esto es una geopolítica sobre mapas y percepciones de ordenes regionales y hegemonías localizadas. Trump entrega parte de Europa a Rusia, como él se reserva paras de “América” como Groenlandia, Panamá, e incluso el “gran estado” (sic) de Canadá en un solo conglomerado. Es la hora de los imperios, no hay que engañarse, Xinping con Taiwán y el “Mar de China”, Putin con su “extranjero cercano” ex soviético, y el emulo del Presidente MacKinley tratando de hacer un Estados Unidos hegemónico en esta parte del mundo.
En Múnich su vicepresidente J. D. Vance ha criticado a la Unión Europea y advirtió de la llegada de un nuevo sheriff. Aunque la guerra no ha sido inocua para Moscú (The Insider calcula que se ha perdido el 50% del arsenal de tanques, artillería y parte de la flota del Mar Negro), esta paz será más que suficiente para Putin, porque consigue imponer su cinturón de seguridad condicionando a Europa. Seguramente, pasada esta paz de Trump, habrá un tiempo de espera para que las potencias puedan rearmarse. Con amigos en Rusia, Trump cree poder contestar el desafío chino.
Así visto, la guerra terminará del mismo modo que todas las anteriores: con fronteras escritas con sangre, y con una amnistía de todos los crímenes cometidos como decía Carl Schmitt, así concluyen todas las guerras, con un tratado de paz. Sin moralejas, sin victorias éticas, bajo el seco lenguaje del poder. Pero en este “éxito”, la paz inmediata, radica su debilidad e ilusión. Escribir las fronteras de esta forma, no impedirá nuevas exigencias sobre Moldavia o los Estados bálticos. Tampoco deshace su alianza y dependencia con China Popular, ni sus lazos desafiantes con Irán o Norcorea.
El uso de las minorías rusas en el exterior, o el problema de Transnistria, no se quedará ahí. Desde luego, una Ucrania debilitada no solo es apetecible para Rusia, sino para Polonia e incluso para Rumania, como ha dicho el candidato presidencial rumano Calin Georgescu. Pero como en su propuesta de Gaza, Trump no podrá con la fuerza de historia y de la geografía. Será un éxito fugaz, opacada por el desastre posterior (Afganistán). Se consolida una nueva paz armada en Europa. Se podrá decir, como J. Chamberlain, que Trump consiguió la paz, pero en realidad es solo tiempo para un nuevo enfrentamiento, que si se quiere no extermine la humanidad será con nuevas tecnologías que intenten anunciar la declinación del poder de las armas estratégicas, utilizando inteligencia artificial y computadoras cuánticas, para simular la imposibilidad de resistirse ante vectores hipersónicos. A eso aspiran rusos y chinos, y ahí -como con Tesla versus BYD- la iniciativa es china.