Secciones El Dínamo

cerrar
Cerrar publicidad
Cerrar publicidad
19 de Marzo de 2025

¿En qué momento se puso de moda ser de derechas?

Una parte de la sociedad que repudia al gobierno y vota derechas puede ser perfectamente favorable al aborto, al matrimonio igualitario, no tener simpatía por el lucro de los grupos económicos, desear mayor seguridad social, odiar a los migrantes y querer restituir la pena de muerte. En la sociedad algorítmica actual –y además en crisis- las batallas culturales -guerra de trincheras- son crecientemente estados de ánimo y tendencias, con preferencias escasamente coherentes.

AGENCIA UNO/ARCHIVO
Compartir
Cristián Meza

Francesco Penaglia

Académico de la Facultad de Ciencias Sociales de U. Alberto Hurtado

Está de moda ser de derecha. Hace un tiempo vemos como una serie de rostros nacionales e internacionales, han salido del clóset del silencio a manifestar abiertamente una posición de derecha. Y es que, a diferencia de ser de izquierdas, donde es posible ver a una serie de actores, músicos, animadores y rostros, las personas de derecha han preferido un perfil bajo en materia política, disfrazado de apoliticismo. Y claro, cómo no. Es más fácil ser popular levantando las banderas de la inconformidad, la impugnación, el cambio, la igualdad y la justicia, que hacerlo para mantener las cosas como están.

En dictadura los rostros eran abiertamente de derecha. No bastaba dar opiniones muy explícitas, pero hacían la vista gorda de lo que ocurría: iban a fiestas al Confetti con Álvaro Corbalán, tenían eventos privados, callaban y ganaban dinero. Durante la transición la cosa cambió lentamente. Los rostros y artistas más comprometidos con la dictadura poco a poco fueron siendo relegados. La Concertación, con todos los cuoteos y negociaciones posibles, intentó construir una lectura oficial comprendida con mínimos civilizatorios: nombrar a la dictadura por su nombre (no gesta, ni pronunciamiento), asumir como país las violaciones de derechos humanos y un “nunca más”, comprometer la democracia y el respeto a los derechos humanos como valores fundamentales y universales, así como a la política expresada por mecanismos institucionales y medios pacíficos.

Más tarde se irían agregando otros elementos a una política de Estado en línea con compromisos globales en materias de democracia y participación, equidad de género, no discriminación, derechos sexuales y reproductivos, niñez, pueblos originarios, igualdad, etc.

Construir esos mínimos civilizatorios de la agenda “progresista”, fue un proceso lento que involucró una serie de elementos. Dado el cierre institucional y los límites de la transición, temas como el ministerio de la mujer, ley de participación, el convenio 169, el divorcio, el aborto en tres causales, la institucionalidad ambiental, entre otras, demoraron un par de décadas y salieron en la medida de lo posible. A nivel de educación tampoco se pudieron establecer cambios sustantivos en el currículo escolar, que permitieran la formación de una “ciudadanía” diferente.

Por el contrario, donde más hubo esfuerzos fue a nivel de “batalla cultural”. Así, la limitada “apertura” de la transición llegó a la música con Los Tres como la banda oficial, con directores de cine como Andrés Wood, poetas como Raúl Zurita y directores de televisión como Vicente Sabatini. De la mano de este último, TVN puso en masivas audiencias el proyecto de integración, diversidad y arcoíris del progresismo Concerta, mostrando problemas sociales, discriminación, desigualdad y memoria, contando de maneras livianas historias sobre chilotes, pascuenses, los obreros del salitre, monjas, gitanos, circenses, entre otros.

Más tarde, la incipiente politización chilena desde el 2006 y el 2011, impulsó aún más la agenda cultural. La crítica que los movimientos sociales instalaron tocaba también la ya agotada transición, la crisis política y el agotamiento de los partidos. Entonces en ese clima de época, la televisión, artistas y rostros fueron parte de esa politización. Posiblemente el más recordado sea Felipe Camiroaga, principal rostro de televisión, quien se mostraba favorable a los estudiantes y movimientos ambientales. Sin embargo, fue larga la lista de artistas, músicos y figuras televisivas. Incluso, recuerdo un video en el Jorge Hevia junto a Leo Caprile, Marcelo Comparini y otros, daba su apoyo a los estudiantes. Sí, Jorge Hevia, el mismo que trabajaba para DINACOS censurando contenidos en la dictadura.

En ese clima político, los 40 años del golpe fue el punto en el que pareció más clara una memoria oficial progresista. A esas alturas quedaba muy poca gente de derecha defendiendo la tesis del empate, varios líderes de la derecha hicieron mea culpas, hablaron de cómplices pasivos y prometieron el “nunca más”. Se llenó de programas de televisión, documentales, foros universitarios y series, y en la línea editorial no se veía con malos ojos la historia de resistencia armada del Frente Patriótico Manuel Rodríguez, mostrando sus cinematográficas operaciones (¡vaya que lo fueron!).

A nivel global, el malestar con el capitalismo no se canalizaba por derechas. Muy por el contrario, el ciclo antineoliberal latinoamericano tenía gobiernos progresistas en la mayoría de los países, y luego de la crisis económica del 2008, en Europa surgían nuevas organizaciones de izquierdas que cuestionaban a las izquierdas progresistas tradicionales.

La batalla cultural parecía haberse consolidado en una posición de izquierdas. Los humoristas que iban a Viña hacían mayoritariamente humor político. Los personajes retrógrados empezaron a salir de pantalla, se expandieron las funas y cancelaciones, y ya para la revuelta social no quedaban rostros que se animaran a dar opiniones -que no fueran con la tendencia de época-. Tonka Tomicic, en el canal del hombre más millonario de Chile, echaba del set de televisión a Hermógenes Pérez de Arce por negacionista, los distintos rostros y artistas subían fotos protestando con sus familias, y los músicos hacían canciones políticas, reversiones del “Derecho de Vivir en Paz” y tocatas gratuitas, colgándose de la popularidad de la revuelta. Los Bunkers, aprovechando el sentido de oportunidad se juntaron, y su vocalista hacía un mea culpa indicando que su generación debió decir más cosas, e impugnar más. Hoy que se podría decir más, se dedican a hacer comerciales con Hyundai.

Situar el giro de todo este ciclo en el proceso constituyente y la pandemia, es un argumento demasiado simple, considerando que hay un fenómeno global que se repite en varios países. La agenda anti woke de la ultraderecha sintonizó -por razones distintas- con otros grupos que no eran de derecha: gente de izquierda tradicional, que consideraba un error la política de la identidad; gente de colectivos y grupos de izquierda funados y/o golpeados por la agenda; progresismos, que fueron criticados por su moderación; gente común y corriente que no entendía muy bien por qué ya no podía decir, reír, comer, pensar y hacer las cosas que había hecho durante toda su vida; personas común y corrientes que ya no entendían los contenidos de un debate cada vez más académico y abstracto, etc. Todo esto en un mundo nuevo, voraz y crecientemente más angustiante, lo que invitó a amplios sectores a un refugio conservador, y al retorno de lo conocido.

Y entonces, como un cascarón vacío, de pronto quedó en evidencia que la batalla cultural de tres décadas había logrado hacer sentido en un determinado segmento de la población: mayoritariamente jóvenes, universitarios, urbanos, de estratos medios; y minoritariamente en sectores rurales, populares, periféricos, de provincia, de edades avanzadas. Y entonces, escarbando un poco, afloró la ultraderecha, el negacionismo y la barbarie. Las derechas globales lograron darse cuenta de lo incomprensible y distante que estaba la agenda progresista de los sectores populares y, a punta de negacionismo, terraplanismo e ignorancia, han logrado en varios países revivir la fórmula histórica del fascismo: orientar el malestar por la crisis de época (económica, política, ambiental y social), hacia grupos específicos a los que se culpa de todos los males (delincuentes, migrantes, la agenda global woke, los organismos internacionales, la ciencia, el comunismo, etc.).

Entonces, en ese clima de época, aparecen artistas y rostros, que, callados durante el periodo progresista y alentados por la coyuntura, salen de su clóset conservador a dar sus opiniones: Alberto Plaza, Pablo Herrera, Cristian de la Fuente, Catalina Pulido, Morrisey, Andrés Calamaro, John Lydon, el vocalista de Flema, entre otros que han tomado las banderas de la ultraderecha. Así también regresan varias cosas que parecían olvidadas: la farándula, los realities, Kike Morandé, los chistes sexistas, Karol Dance, José Miguel Viñuela, etc. Y entonces, impulsados por este clima aparecen personajes como Johannes Kaiser, que consideran que Matthei -hija de un general de la junta- y Kast -aliado de Milei- son moderados y claudicantes.

Es posible que la derecha caiga en el mismo error que las izquierdas y que en el Proceso Constitucional liderado por republicanos: creer que las batallas culturales se tienen ganadas y no leerlas solo como un momento. Una parte de la sociedad que repudia al gobierno y vota derechas puede ser perfectamente favorable al aborto, al matrimonio igualitario, no tener simpatía por el lucro de los grupos económicos, desear mayor seguridad social, odiar a los migrantes y querer restituir la pena de muerte. En la sociedad algorítmica actual –y además en crisis- las batallas culturales -guerra de trincheras- son crecientemente estados de ánimo y tendencias, con preferencias escasamente coherentes.

Léenos en Google News

Notas relacionadas

Deja tu comentario

Lo más reciente

Más noticias de Opinión