Ni “zurdaje” ni fascismo… patrimonialismo
Vivimos tiempos confusos acerca del significado de la democracia, de la libertad y también de las ideas. En tal sentido da lo mismo lo bueno o lo malo de la política, porque se imponen sesgos ideológicos exacerbados como hace décadas no sucedía, aún en la guerra fría.


Guillermo Bilancio es consultor de Alta Dirección.
Vivimos tiempos confusos acerca del significado de la democracia, de la libertad y también de las ideas. En tal sentido da lo mismo lo bueno o lo malo de la política, porque se imponen sesgos ideológicos exacerbados como hace décadas no sucedía, aún en la guerra fría.
Tal vez la falta de educación cívica nos lleva al absurdo de la discusión acerca del significado de la izquierda y la derecha, y de si esa izquierda o esa derecha en su versión extrema son modelos asociados al fascismo, considerando su condición y estilo autoritario.
En esta confusión y en la locura de poder, los conservadores regresistas imponen los mismos métodos de los progresistas para alentar a las masas en modo populista. Sin populismo, parece que no hay votos.
El caso de los nuevos formatos de gobiernos “de derecha conservadora”, es un espejo de lo que se suponían las autocracias comunistas y los sistemas de dudosa democracia llevados adelante por la izquierda bolivariana siglo XXI.
Cuando los ideales interactúan con los intereses “de fuerza”, la guerra psicológica es la que imponen gobernantes sostenidos en propaganda y que, en la cima transitoria de poder, se suponen los dueños de un Estado al que ellos mismo critican.
El planteo clásico de Max Weber sobre ser el dueño del Estado, aplica a esta lógica, en la que gobernantes mesiánicos confunden lo público y lo privado, y por ende terminan creyendo que “el Estado soy yo…”
Acaso esa actitud tiene que ver con ideología? No.
Acaso esa actitud es propia del pragmatismo? Tampoco.
Acaso esa actitud se acerca al nacionalismo popular? Tal vez, solo para sumar ovejas al rebaño.
Las brutales batallas en las redes, son el apoyo propagandístico para aquellos que acceden al poder y necesitan fortalecerlo, exagerando en logros de dudosa permanencia, lo que les da perspectiva para ejercer el abuso de poder olvidando que el poder lo tienen prestado por un tiempo.
Esta triste realidad nos hace darnos cuenta de la sobrenaturalidad con la que ven el mundo los nuevos dueños de los Estados, desde Trump; Putin y hasta del fenómeno barrial que significa Milei, así como lo fueron en otros tiempos Stalin, Castro ó el presidente de Corea del Norte, con la diferencia que los nuevos practicantes del poder se suponen ejercerlo en democracia.
Pero sabemos que esa democracia que suponen considerar no sirve si hay desacuerdos con sus intenciones unipersonales y del modelo de país idealizado que se suponen encarnan para una mayoría que busca soluciones y no esperan un mesías para adorar.
Estos dueños de lo que es público, suponen que pueden usar su investidura para publicitar negocios amigos, marcar pautas culturales, ordenar lo que los ciudadanos deben hacer y obedecer, generando una división social para lo que no fueron elegidos, ya que un gobernante fue elegido para gobernar el Estado y no para imponer modos de vivir.
Ese estilo de gobernante que supone tener el dominio patrimonial del Estado, el Estado como propio, gobierna desde sus propios miedos a perder ese patrimonio y desde allí dobla su apuesta a la autocracia.
No es fascismo, es patrimonialismo.
En sociedades conformadas como un rebaño, el modelo perdura hasta que aparece un agitador de ese rebaño, lo que en democracia se produce a través del voto.
Por eso, es imprescindible que la sociedad no se duerma en el facilismo de encontrar la confortabilidad de adorar a un mesías que la ayude a espantar a los fantasmas de la vereda de enfrente.
Mantenerse despierto es seguir observando el cumplimiento de la democracia liberal en la que las instituciones son siempre más importantes que los tontos reyes imaginarios.