Diseño: Rubén Vique.

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Letras

'El gran Gatsby' cumple 100 años: la novela inmortal que anticipó el 'crack' del 29 y predijo el fenómeno Trump

El libro de F. Scott Fitzgerald, publicado en abril de 1925, retrató los felices años veinte y cómo el sueño americano comenzó a convertirse en pesadilla.

Más información: "Trump ve el mundo como una operación inmobiliaria": un libro explica la fractura social de Estados Unidos

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Aspirar a la inmortalidad. Eso buscaba Francis Scott Fitzgerald (1896-1940) al escribir su tercera novela, El gran Gatsby, sobre un magnate obsesionado con la idea de un pasado repetible, idealizado y nostálgico. Algo así como un Make America Great Again premonitorio, en plena recta final de aquellos felices años veinte que, apenas cuatro años después de la publicación del libro —10 de abril de 1925—, se estrellaron contra el crack del 29.

Hubo quienes calificaron la obra cumbre de uno de los precursores de la Generación perdida estadounidense como "un literario merengue de limón" (fue el británico L. P. Hartley), quienes no comprendieron por qué ese escritor tan popular y alegre — que había cosechado gran éxito comercial con A este lado del paraíso (1920) y Hermosos y malditos (1922)— se había vuelto aburrido y cínico.

No todas las críticas fueron tan despiadadas, pero el poco reconocimiento que tuvo la novela marcó la caída en desgracia de Fitzgerald, quien siempre confió en su obra. "Pienso que es casi la mejor novela norteamericana jamás escrita", le dijo a su editor Max Perkins en una carta, pero murió mendigando a las librerías que la sacaran de sus depósitos, donde yacía descatalogada y olvidada, y no llegó a ver cómo El gran Gatsby se erigía como una de las mejores novela norteamericanas del siglo XX.

Para Rodrigo Fresán, cuyo reciente ensayo: El pequeño Gatsby: apuntes para la teoría de una gran novela (Debate, 2025) conmemora el centenario del libro, "uno de los deberes obligatorios de todo clásico es el de ser de su época primero para luego convertirse en una época en sí mismo. Su gran innovación fue la de utilizar las costumbres sociales, la moda de la ropa, la música oída al pasar, no como historia sino como una expresión de su aguda capacidad para comprender el significado de su tiempo". 

El autor argentino coincide en que El gran Gatsby "simultánea y literalmente, se nos presenta como una historia out of time". Alcanzar esa atemporalidad parece una proeza, teniendo en cuenta que en la novela la palabra tiempo aparece 87 veces y hay 450 alusiones temporales, según sus cálculos. Incluso John Cheever —cuyos relatos están impregnados de ese romanticismo gatsbyano— decía que al leer a Fitzgerald uno sabe siempre qué hora es, dónde está exactamente y en qué clase de país. 

Portada de 'El pequeño Gatsby' (Debate).

Portada de 'El pequeño Gatsby' (Debate).

Los Estados Unidos que retrata Fitzgerald y sus posteriores adaptaciones cinematográficas —la onírica y vaporosa versión Robert Redford y Mia Farrow o la  destellante y excesiva adaptación de Baz Luhrmann con Leonardo Dicaprio y Carey Mulligan—son los del jazz, de la Ley seca y de las esperanzas depositadas en un sueño americano que, en el fondo, ya se intuía imposible. También el de una lucha de clases cada vez más feroz, a medida que el capitalismo arrasaba con todo.

Aunque el autor no vaticinó el crack del 29 como una profecía económica, sí lo anticipó en el sentido cultural, moral y social al captar con precisión el aire enrarecido, materialista y superficial de una época al borde del colapso. Un abismo que se asemeja parecido al que hoy algunos temen ante la amenaza de una nueva guerra comercial a escala global —hay quienes ya lo califican como "el crack de Trump"—.

Los protagonistas de El gran Gatsby son "seres inciertos, falsos, hipócritas y perfectos maestros del mal arte del engaño y del autoengaño", señala Fresán. Desde Nick Carraway, un narrador "poco confiable" —con la impostura y la duplicidad del Tom Ripley de Patricia Highsmith—que observa al resto con "obsesión de voyeur y ardiente frialdad científica" a Jay Gatsby, un romántico obstinado y de origen humilde, cuya fortuna y pose, obtenida de forma dudosa, no es más que un espejismo que intenta colar a cada invitado a sus extravagantes fiestas.

No olvidar al burgués y "desconsiderado" matrimonio Buchanan. Daisy, ese antiguo amor que Gatsby se empeña ciegamente en recuperar, y Tom, "el malo de una novela en la que nadie es del todo bueno". Ambos están acostumbrados a destrozar las vidas de los demás para después "refugiarse detrás de su dinero" y dejar "que otros limpien la suciedad que ellos dejan", escribe Fitzgerald en la novela. 

"En su momento algún comentarista político comparó a Tom Buchanan con Kennedy, con Clinton, con Obama, con Trump. También los compararon, a todos ellos, con Gatsby", apunta el autor argentino en su ensayo. Ya en 2018, cuando fue elegido por primera vez como presidente de EE.UU., surgió la comparación entre Trump y Buchanan. "Como si el villano de la novela de F. Scott Fitzgerald de 1925 hubiera cobrado vida en una versión más ruidosa y ostentosa para el siglo XXI", escribió Rosa Inocencio en el periódico The Atlantic. 

Portada de la primera edición de El gran Gatsby, diseñada por el español Francis Cugat.

Portada de la primera edición de El gran Gatsby, diseñada por el español Francis Cugat.

Cartógrafo, historiador y futurólogo, Fitzgerald construyó en Tom Buchanan el antagonista perfecto del sueño americano: un arquetipo de arrogancia heredada y poder oligárquico. Los paralelismos con Donald Trump resultan evidentes, desde su defensa de la supuesta superioridad de la "raza nórdica" —la novela hace un guiño paródico al panfleto supremacista The Rising Tide of Color Against White World-Supremacy (1920), de Lothrop Stoddard— hasta su relación con la corrupción, el dinero y el miedo a perder privilegios. 

Sin embargo, Trump comparte con Gatsby esa obsesión por construir una imagen idealizada y grandiosa de sí mismo, no importa cuán falsa sea. El magnate millonario de Fitzgerald se entrega al objetivo de recuperar una ilusión perdida "de una muy patética y americana manera: convirtiéndose en alguien increíblemente rico", apuntó el crítico estadounidense Gilbert Seldes. Un patrón que vemos no solo en Trump, sino también en multimillonarios tecnológicos como Elon Musk. 

El mundo que plasmó Fitzgerald hace un siglo no parece tan alejado del presente. Si en 2018, El gran Gatsby se leía como "una advertencia", siete años después parece un hecho, porque "aunque es una historia sobre el sueño americano, también lo es sobre el poder cuando se siente amenazado, y sobre cómo ese poder, al reaccionar, puede convertir la verdad en algo irrelevante", escribió Rosa Inocencio en The Atlantic. 

Para Fresán, "nada ha afectado al paso del tiempo a la tercera novela de Fitzgerald, cuyo argumento y personajes han ascendido a la categoría de paradigma y arquetipos. No es una novela de época, es de épocas, para siempre". Porque más allá del esplendor decadente y los amores imposibles, lo que Fitzgerald retrató con precisión fue el modo en que el dinero, el poder y la nostalgia pueden desfigurar la verdad hasta hacerla irreconocible.

En un país donde el mito del "hombre hecho a sí mismo" sigue vigente —aunque cada vez más contaminado por la desinformación—, la novela se revela menos como una historia romántica y más como un espejo incómodo, en el que Estados Unidos sigue reconociéndose.