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El legado de Giger: "Alien", un icono visceral y barroco para un nuevo terror

En diversas entrevistas, el autor de “Necronomicon” ha contado que buena parte de su inspiración le venía de sus propios sueños y pesadillas.

Con “Alien, el octavo pasajero” (1979) Ridley Scott inauguró una nueva era en el terror galáctico, y buena parte del mérito, según el propio director británico ha reconocido, fue del artista suizo H.R. Giger, fallecido hoy.

Con su estilo “biomecánico” de influencia surrealista, Giger aportó la imagen de esas criaturas abyectas, de género ambiguo, que combinaban secreciones y curvas orgánicas con una apariencia y movimientos de una máquina concebida para matar y reproducirse.

En diversas entrevistas, el autor de “Necronomicon” ha contado que buena parte de su inspiración le venía de sus propios sueños y pesadillas. Y que, casualidades del destino, el mismísimo Salvador Dalí fue quien precipitó su desembarco en el proyecto de Scott.

Un amigo común que visitó la casa del genio de Figueras le llevó en una ocasión unos dibujos del suizo. Cuando Alejandro Jodorowsky fue más tarde a pedirle a Dalí que participara en su ambicioso proyecto cinematográfico “Dune”, el pintor le enseñó los dibujos.

Fue así como Jodorowsky fichó a Giger para los diseños de “Dune”. La película nunca llegó a realizarse, pero dio la casualidad de que su guionista, Dan O’Bannon, decidió descargar su frustración escribiendo otro libreto -“Alien“- y, cuando Ridley Scott se embarcó en el proyecto, rápidamente le enseñó los dibujos de “Necronomicon”.

Cuenta Giger, quien además de los monstruos diseñó la nave abandonada que aparece al principio de la historia y los paisajes del planeta alienígena, que aquel libro estuvo presente en todo el proceso de preproducción y que, cada vez que surgía una duda, recurrían a él.

A pesar de que las criaturas sólo aparecen durante breves minutos en la primera película de “Alien” -Scott jugó con el terror en el sentido más clásico-, tanto esos monstruos como los pasillos cavernosos de la nave y los paisajes desasosegantes daban un contrapunto gótico muy novedoso al género de la ciencia ficción.

De esta manera, las referencias a los miedos más arraigados en el subconsciente desembarcaron por primera vez en la galaxia exterior, dejando casi en el ridículo las representaciones de los extraterrestres que hasta hacía bien poco predominaban en el cine.

“En el espacio, nadie puede oír tus gritos” fue el eslogan perfecto para un largometraje cuyo principal mérito, aparte de los dibujos de Giger, fue su manejo de las sugerencias, que ha dado para ríos de tinta y análisis de todo tipo, muchos relacionados con el feminismo, la sexualidad y la psicología.

Cuando “Alien, el octavo pasajero” se estrenó un 25 de mayo de 1979, se convirtió en un éxito inmediato que pilló por sorpresa.

Hollywood reconoció el talento de Giger con un Óscar a los mejores efectos especiales y con nuevas ofertas de trabajo, que no siempre salieron tan bien: “Poltergeist 2”, “Species 2” o la tercera entrega de Alien, con David Fincher.

La película también supuso un espaldarazo para la actriz Sigourney Weaver, convertida a partir de entonces y gracias a su portentosa Ripley, en madrina de la ciencia ficción.

La trama ideada por O’Bannon arranca cuando, de regreso a la Tierra, la nave de carga Nostromo interrumpe su viaje y despierta a sus tripulantes porque el ordenador central ha detectado una misteriosa transmisión de una forma de vida desconocida.

La tripulación está obligada por contrato a investigar la procedencia de esa señal, y así llegan a un planeta desconocido y a una nave abandonada.

Cuando penetran en ella, descubren un habitáculo repleto de huevos, uno de los cuales libera una criatura que se adhiere a la cara de Kane (John Hurt), que queda inconsciente y es llevado de vuelta la nave. Y es ahí donde empieza el verdadero pánico.

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